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sábado, 3 de mayo de 2014

Un asesinato.


He perdido mis ojos para siempre 
al empezar a mirarme 
a través de los vuestros. 

Y, como me he visto a través de vuestros ojos, 
he comprendido que no hay salida a la locura 
y me he dejado atrapar en ella una vez más. 

 Y, como me he mirado desde esa forma vuestra de mirarme,
me he tenido miedo 
y he huído de mí misma.

Y, como me he resignificado desde vuestras palabras, 
me he declarado enferma 
y he expuesto mi cadáver 
a todas las agujas 
para que me seden 
y me desaparezcan. 

 Y, porque estaba desde vuestros ojos mirándome de fuera,
ha vuelto a mí esa mirada de ida, 
de trastornada, 
de loca, 
de enferma.

Y, como vosotrxs también, he dejado de creer en mí, 
en que pueda salvarme 
y he sabido al futuro 
como ese lugar negro 
donde todo se quiebra más y más 
y ya no queda nadie 
que ayude a soportarlo. 

 Y vuestros ojos se han convertido en ese precipicio 
desde el que mi cuerpo ha comprendido 
que, dado que no queda otra esperanza, 
el salto debe ser la única salida.


Era Octubre del 2008. No hacía ni medio año que mis primeros delirios habían empezado a salir a la luz y mi pesadilla aún estaba por empezar.
Fue uno de esos momentos en los que el pecho se te encoge tantísimo que por años que pasen todo tu cuerpo sigue temblando igual al recordarlo.

Íbamos a la universidad y llegando al hospital toda la calle empezó a llenarse de humo. Detrás del cartel que rezaba "Módulo de Salud Mental" se veía el fuego por alguna ventana. Los bomberos empezaban a llegar.
Mientras mis compañeras de clase seguían andando, yo me quedé bloqueada y sin respiración delante del edificio medio en llamas.
Dicen que amplifico las imágenes en mi cabeza. Donde otras veían un poco de humo, yo veía un edificio entero ardiendo, un montón de gritos, una familia ardiendo de dolor, un montón de dolor ardiendo. Se me encogió absolutamente todo el cuerpo.

...
Pocos meses antes -o después, ya no lo recuerdo a estas alturas- había visto a uno de esos presos disfrazado de paciente dándose a la fuga. Una irónica  - y afortunada - casualidad hizo que mientras miraba embobada al hombre en camisón  y chanclas perderse corriendo a través de los coches chocase de bruces contra el policía que se disponía a seguirlo en el momento justo para caernos y en el momento exacto también para que, tanto el uniformado como yo, perdiéramos de vista al fugitivo al levantarnos.

...
El humo. El fuego saliendo por las ventanas. La gente andando tranquilamente hacia sus trabajos.
Los ojos curiosos que miraban al fuego y al apuntar arriba y ver ese letrero que explicaba "Ala psiquiátrica" volvían la vista y seguían andando con el desdén propio de quien piensa "Puto miedo, a saber qué habrán liado esos locos"

...
Miguel Ángel Pérez, 35 años. 20 lidiando con la locura. Con el estigma de la locura. Con la orgía indiscriminada de pastillas tras el diagnóstico de la locura. Con la pesadilla del Sistema de Salud Mental recaída tras recaída.

"Miguel Ángel había estado ingresado en el centro otras tres veces. "Siempre que sospechaba que lo íbamos a llevar allí, se ponía peor", confesaba el padre. "Aquello no es el paraíso, ¿sabes?"." (1)

A la gente normalmente le suele dar igual esto de que la gente se muera. Nos hemos hecho tan inmunes al dolor ajeno que cuando vemos un accidente nos paramos, no para ver si podemos echar un cable, si no para ponernos los dientes largos con el jodido morbo de la situación. Queremos saber cuánta sangre, cuántos muertos y, a ser posible, cuánto sufrimiento. Y luego nos vamos tranquilamente a seguir la rutina orgullosxs de tener algo de lo que hablar en el descanso del trabajo.
La muerte ajena nos importa poco, en general. Pero si se trata de locxs, importa menos. Muchísimo menos.
Como cuando hay un incendio en un bosque y los titulares dicen "Ningún herido hasta el momento" mientras la letra pequeña advierte de los miles y miles de animales que hay calcinados en todas las esquinas, cuando ese hospital estaba ardiendo la gente comentaba "Nada, un loco que por lo visto se ha prendido fuego esta noche, pero no ha salido nadie herido".

Nadie.

Y hay que ver cómo hay que estar de jodido de la cabeza para hacer una locura así, tío.

"Siempre que sospechaba que lo íbamos a llevar allí, se ponía peor", confesaba el padre. "Aquello no es el paraíso, ¿sabes?"."
¿Qué pasaría si de pronto cada vez que tus mayores miedos te comieran por dentro te agarraran entre cinco, te redujeran a la fuerza, te pincharan, te sedaran, te atarán a una puñetera cama de piernas y brazos y te dejaran ahí, abiertx de piernas y atadx de manos frente a todos tus miedos?. Un día , y otro. Un mes y otro. Un año y otro.




"El pasado jueves salió ardiendo el ala de psiquiatría del Virgen del Rocío, muriendo el joven que provocó el incendio, Miguel Ángel Pérez, que padecía una esquizofrenia paranoide que se le declaró a los 16 años, cuando consumió una pastilla de una sustancia estupefaciente que alguien le introdujo en una copa. Así de fácil se puede quebrar la mente, así de fácil se puede morir.



Hoy 22 de Octubre hace tres años que mi madre entró en aquel ala del Virgen del Rocío, una sala diáfana donde confluyen todas las habitaciones, unos 30 enfermos hacinados, en unas condiciones humanas y materiales demenciales. Por lo que no me alborotó la desgraciada noticia del pasado jueves.

Tras autorizar su ingreso involuntario el día de su 57 cumpleaños, un día sin velas que soplar, lloré desconsoladamente como nunca más he llorado, hasta el punto de gastar las lágrimas que en el presente he necesitado y no han salido. En la tarde de aquel día, entré en aquella ala, donde la realidad superó brutalmente la idea que yo tenía a raíz de la película que protagonizó Jack Nicholson en 1975. " (2)



Un hombre que se mata acorralado, atado, encerrado, viviendo en un estado permanente de libertad condicional - reclusión - libertad condicional - reclusión; un hombre que se mata después de que le hayan matado la voz, y la esperanza de salvarse, y la esperanza de que la existencia pueda ser algo más que pastillas y una cárcel en la que pretenden curarte el miedo dejándote atado de pies y manos frente a él; un hombre que se tira de un balcón cuando una jauría de hombres armados vienen a fusilarlo, no es un hombre que muere, no es un hombre que se suicida.


Es un hombre al que matan.
35 años.
Cuando los antipsicóticos empezaron a comercializarse recibieron el nombre popular entre la gente del gremio de "lobotomizadores químicos".
20 años siendo lobotomizado. Atado. Acallado. Torturado. 20 años con un miedo que necesitaba procesar y del que no podía hablar sin exponerse al encierro. 20 años sufriendo.

20 años siendo asesinado.


Yo estaba frente a un edificio ardiendo que se me quedaba jodidamente grande. Entre un hombre ardiendo y yo había un muro y un montón de personas cuerdas a las que se-la-sudaba-todo.
Y yo me quede parada bloqueando ese tráfico de peatones de la hora punta de la mañana. Parada. Temblando. Llorando. Ante un dolor que se me quedaba tan tan tan tan grande.

...
Dos años después estuve conviviendo día y noche con una mujer jodidísima por los horrores de la guerra y por los horrores de la cárcel. Me preguntaron tantísimas veces aquello de "¿No te da miedo dormir al lado de esa mujer cada noche?".
...

Un hospital ardiendo.
La primera vez que entré en mi Centro de Salud Mental. Los gritos, los empujones, el desprecio de las mujeres y los hombres de bata a las mujeres y los hombres de camisón y miradas perdidas. Esas miradas que están viendo más allá.

...

"¿No te da miedo dormir al lado de esa mujer cada noche?"
...

Un hospital ardiendo.
La primera vez que atravesé las puertas, el paso definitivo que hacía que el mundo de los cuerdos me dijera adiós para siempre mientras me entregaban el carnet de enferma. De loca.

La mujer de los ojos idos que coleccionaba papeles y hablaba con los espejos y me cubría de mantas por la noche.

...


"¿No te da miedo dormir al lado de esa mujer cada noche?"

Me da miedo dormir cada noche con una persona demasiado cuerda a mi lado.
Me da miedo dormir cada noche con una persona que le tema a lo desconocido a mi lado.
Me da miedo dormir cada noche con una persona que huya en el momento que me descubra por primera vez con los ojos perdidos cuando yo también esté empezando a ver más allá.
Me da miedo dormir cada noche con una persona que deje de creer en mí porque a veces balbucee palabras sin sentido o porque me arrastre por el pasillo o porque hable en el idioma de las palabras perdidas.
Me aterroriza dormir cada noche con una persona demasiado cuerda a mi lado.
Porque esas personas son las que no creen en ti sin las pastillas,
Porque esas personas son las que empiezan a tenerte miedo
y dejan de escucharte, simple y únicamente
porque no quieren saber.
Porque les aterroriza saber.

Porque esas personas prefieren perder a lo que quieren,
prefieren perder a quienes quieren
antes que entender su dolor.

Me dan miedo las personas que prefieren cerrarse al dolor de los demás,
que prefieren desaparecer un día de golpe
antes que intentar entender
que algunas personas podemos habitar otros mundos
y hablar otros lenguajes
y crear otras formas humanas de entendernos.
Me da miedo dormir cada noche con una persona demasiado cuerda como para arriesgar,
demasiado cuerda como para poder abrir su mente a otras realidades por miedo a que le toquen demasiado y pueda descubrir que también ahí, dentro de su cerebro, hay algo que podría parecerse a la locura.
Me da miedo dormir cada noche con una persona
que si tiene que elegir entre la cordura o la vida
se aferre a la cordura.
(que a fin no es más que ese compendio de locuras aceptadas,
de locuras bien vistas y aplaudidas,
de locuras que no rocen los límites de lo establecido.)

...

"¿No te da miedo dormir al lado de esa mujer cada noche?"

...

"Siempre que sospechaba que lo íbamos a llevar allí, se ponía peor." 


...


"Aquello no es el paraíso"

...

Un hospital ardiendo.
Un montón de personas cuerdas torciendo la cabeza. Sintiendo nada. Sin sentir absolutamente nada.

A mí me da miedo dormir cada noche al lado de una persona que no sienta.

Me daría miedo seguir durmiendo con aquellas personas que en su momento me dijeron que se iban de mi lado porque les daba miedo convivir con mi locura.
Aquellas que ni si quiera me dieron la oportunidad de explicarles para que no temieran. Que ni si quiera creyeron mis palabras, porque, al fin, ¿qué valor tienen las palabras de una loca?.




"Quiero vivir entre gente que es consciente de que vivimos en guerra. Una guerra contra la vida. Contra el espíritu. Quiero vivir entre gente que no se mire a las manos ni evite tu mirada cuando hables de lucha o insurrección porque, en el fondo, saben que han claudicado, y porque -tal vez, sólo tal vez- nunca han odiado realmente el sistema. Entre personas que no hayan sido compradas. Que no comieron las pastillas que les ofrecían porque preferían luchar con su sensación de angustia patologizada que vivir en la zona muerta. Que no fingen estar luchando cuando es obvio que lo que están haciendo es convertir un campo de batalla en un jardín. 


Quiero estar en un lugar en donde la guerra sea admisible."(3)


Un hombre acorralado, maniatado, sedado, con todos sus miedos acechándole al borde de una cama sin ninguna posibilidad de huir que no tiene otra opción que hacerse arder hasta la muerte no es un suicida,
es un hombre al que han obligado a matarse.

Es un hombre al que han asesinado. Uno más.


(1) http://elpais.com/diario/2008/10/17/andalucia/1224195726_850215.html
(2) http://juanodo.blogspot.com.es/2008/10/madre.html
(3) http://primeravocal.org/beyond-amnesty-texto-anonimo/