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lunes, 13 de julio de 2015

Defectuosa.

"Lo siento, estoy mal hecha."
Esa es la frase con la que culmino cada polvo desde que empecé a abrirme de piernas para otrxs por primera vez -oficialmente- con 15 años.
23 años. Mi compañero del momento me hace el regalo más romántico de toda mi vida: El vibrador más grande, con más funciones y más botones por todas partes de todo el jodido mercado.
El segundo que me regala desde que empezamos la relación.
El primero tenía pinchos. Estaba lleno de pinchos desde la base hasta la punta. Como la cola de un animal prehistórico.
15 años. -Oficialmente- virgen. Corto por primera vez con mi primer compañero. Razón? Sueño que follamos por primera vez. Su polla se convierte en una enorme cola de dinosaurio con pinchos y me raja por dentro. En canal. Duele a morir.
22 años. Mi pareja de toda la vida me regala un puñetero vibrador con pinchos.
"Estoy mal hecha"
Todo viene a que mi coño, por unas o por otras, odia ser invadido. La criatura tiene vida propia. Ni tiene vaginismo, ni está cerrado a nada: Simple y llanamente mata todo lo que entra.
Tengo un máster escupir tampones. Y bolas chinas. Y toda clase de artificios. Salen disparados como las pelotas de tenis en esos concursos asiáticos raros de mujeres disparando pelotas con el chocho.
Mi coño lleva haciendo eso desde que tengo uso de razón. Sólo. Sin entrenamiento. Y sin mi permiso.
24 años. Mi pareja de toda la vida me regala un vibrador con diez mil funciones diferentes.
Mi coño sigue siendo el mismo.
Espero a estar sola para meterme el vibrador hasta el fondo y subir al máximo todas las funciones. Hace de todo. Vibra, se mueve arriba abajo y da vueltas en circulitos. En todas las direcciones y velocidades que quieras.
Hace de todo. En todas partes.
Menos dentro de mi coño.
Al momento de darle al play a la máquina un zumbido de taladradora atascada funde el aparato entero. Y no se mueve ni un céntimetro. Para ningún lado.
Mi coño ahoga a la máquina hasta fundirla.
16 años. No hay manera. Quién cojones inventó los tampones. Son secos que te mueres. Duelen. Y que no, que os juro que me lo coloqué bien. Simplemente, pasa. A los 5 minutos de estar dentro, algo ahí dentro coje y lo escupe. Y ahí que me encuentro cada nuevo tampax, fuera, empapando mis bragas cada vez que voy al servicio.
5 años de relación. De "Ay, joder, no metas más de un dedo, duele que te mueres".
Y me regala el segundo jodido vibrador tamaño extra de la relación.
Lo intentamos. Y yo vuelvo a repetir "Lo siento. Estoy mal hecha".
Follar. Es raro que te cagas. Hay algo. Ahí dentro. Al fondo. Duele. Duele a morir. Y quema. Como si el infierno entero habitara ahí dentro y sólo hiciera falta un golpe de polla para ponerlo a arder. Es monstruoso.
Y lo peor no es eso. Cuando tocan ahí, en ese punto extraño /La cuchilla al final del túnel/. Lo peor no es el dolor (que es el peor dolor del mundo).
Lo peor es esa angustia de dentro. Incontrolable. Las ganas de llorar. La perdida de consciencia. Y, sobre todo, el miedo. Un miedo horrible. Un miedo que me cierra la garganta y me impide decir una palabra.
Claro, la mayoría de las veces, esa palabra sería "PARA".
Pero mi garganta decide en el peor de los momentos bloquearse por el miedo.
6 años. Creo. Un fundido en negro. Una voz diciendo "Aprende a besar, zorra". Algo mordiendo mis labios.
El dolor. Ese dolor.
El mismo del dinosaurio partiéndome en canal en mi sueño adolescente.
El mismo del vibrador con pinchos de mi primera acampada romántica. La primera de tantas Lunes de hiel en mi vida.
El mismo de ese monstruoso dildo gigante con diez mil velocidades diferentes.
24 años. O 23. Yo que sé. Qué más dá. 5 años de relación. 4 años de psiquiátrico. Para dejar de estar mal hecha. Y mi cuerpo un enorme contenedor de Diazepam y cicatrices. 30 cumpleaños de mi pareja. Yo, en su cama. Le digo que no sé si puedo seguir con eso. Que necesito un tiempo. Para mí misma. Para revivir. O alguna mierda así.
No se enoja. Lo acepta. Lo entiende. Me desea lo mejor. Me sonríe.
Me empieza a follar. Sin condón.
/Sabe que no quiero./
Y ahora ese dolor.
El de los dinosaurios.
El mismo fundido en negro.
El puñal en la garganta.
No puedo hablar, pero gracias a las diosas que aún me queda el cuerpo.
Paro. Salto de un bote de su cuerpo. Cierro las piernas. Con un nudo. Me deslizo hacía abajo. Y me dejo caer en su pecho como si no hubiera un lugar más seguro en el mundo.
/ Esto no ha pasado. Hemos hablado diez mil veces de esto. No lo haría jamás. Me conoce. Le conozco. Estoy a salvo. No lo haría jamás. No lo ha hecho. /
Como si no hubiera un lugar más seguro en el mundo.
Y de pronto, otra vez, todo pasa demasiado deprisa. Me coje en volandas. A peso muerto
/muerto, muerto, muerto/
/No. Ojalá muerto. Los muertos no sienten dolor./
Ese dolor. Ahora más agudo. Y él jadeando en mi oído.
Dios bendiga a la eyaculación precoz. El semen bañandome entera nunca ha podido darme tantísimo asco. Siento náuseas.
Yo todavía no puede hablar. Él puede.
Aún no me ha dado tiempo a entendre qué está pasando, cuando sus jadeos paran y escucho un "Perdón" susurrado en mi oído.
El "Perdón" con más dulzura de toda la jodida historia de los perdones.
"Como si no hubiera lugar más seguro en el mundo. "
Me pregunto cómo se sentirá el fakir cuando se deja caer en picado sobre los clavos ardiendo.
"Estoy mal hecha".
Un cuerpo de mujer bien hecho es aquel que está hecho a punto para ser penetrado. Para ser abierto en canal. Para ser empalado. Por una polla. De hombre.
Eso es la medida de nuesros cuerpos. Un perfecto y educado contenedor de lefa. Y sudor. De hombre. Del hombre. Para el hombre.
Así se han dibujado nuestros cuerpos siempre. Así me dibujo mi propio cuerpo en mis palabras.
"Lo siento. Estoy mal hecha".
Aún sigo pidiendo perdón a mis parejas. Por mi cuerpo. Por el dolor. Por las ganas de llorar en medio de un polvo. Por el miedo. A todas. A todos. A ellas. A ellos.
Algunas especies de monos tienen clítoris gigantescos. Sobre todo cuando son bebés. Yo trabajo con una de ellas. Lily, el bebé, tiene un clítoris mayestático.
Soy
incapaz
de mirarla
sin sentir
un dolor desgarrador
dentro de mi coño.
No puedo trabajar en el módulo del bebé. Deserto. No hay manera. Todas las veces la misma angustia.
Sigo esperando el día que pueda follar con todo mi cuerpo sin que duela.
Soy multiorgásmica. Puedo tener orgasmos con casi cualquier parte de mi cuerpo. De casi cualquier manera. Uñas en mi espalda, mordidas de tetas, incluso un masaje como las diosas mandan en los pies. Y me mandas a diez mil galaxias diferentes de una sola patada.
Puedo correrme con cualquier parte de mi cuerpo. Con cualquiera. Menos con mi coño.
Mi coño sigue siendo el pozo supremo del dolor. La caja de pandora en su versión húmeda y a altas temperaturas. El lugar donde residen todos los males de la humanidad. Dispuestos y preparados para matarme viva de la angustia cada vez que me empiezan a hurgar ahí dentro.
Puedo correrme con cualquier puta parte de mi cuerpo. Mis amantes se descolocan al verme. No han visto a nadie reventar la cama como yo de cómo pierdo la cordura.
Un pozo sin fondo de placer en cada pequeño poro de mi carne.
Y me sigo sintiendo incompleta. Porque no puedo follar como una mujer. Porque no me pueden follar como hombres.
Un vibrador con pinchos. Como quien se regala a sí mismo la jodida fantasía de ser el primer hombre en desgarrar en canal un coño virgen.
Como quien se regala a sí mismo la seguridad de saber que él será el único hombre capaz de enseñar a gozar como una mujer a esa perra mal hecha.
Como quien se regala a sí mismo, seis años después, el placer por cuenta propia de follársela en canal. Sin importar el dolor. Sin su permiso.
Como quien cree a ciencia cierta que una mujer con un coño no abierto a la virilidad del otro es un cuerpo mal hecho. Un género incompleto.
Quizás el hombre que cae desde un edificio de cincuenta pisos diciendose a sí mismo "hasta aquí todo va bien" a cada nueva planta no es un hombre, sino una sociedad entera.
Quizás, sólo quizás, también, la mujer que yo soy, cayendo desde el dolor que me construye y diciéndome a mí misma a cada golpe "Lo siento. Estás mal hecha" no es una mujer, sino una sociedad entera. Quizás mi dolor, el dolor de mi coño, no es tampoco mío. Quizás, sólo quizás, pertenece a toda una sociedad entera. Quizás quien está mal hecha, a fin de cuentas, no soy yo.
Es una jodida sociedad entera.

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